Todo esto pone en evidencia lo siguiente:
- La falta de rigurosidad con que se llevan a cabo importantes proyectos financiados con presupuesto fiscal. Lo más probable es que en el diseño del sistema participaron más políticos que técnicos.
- El costo creciente que significan los proyectos de infraestructura en centros urbanos sobrepoblados. Por otro lado, el parque automotriz en Santiago aumenta a un ritmo (100.000 autos/año) que ningun sistema de autopistas podrá soportar en el largo plazo.
- La ausencia de Políticas Nacionales de Infraestructura que aseguren eficiencia en el uso de recursos fiscales.
- Lo lejos que estamos de llegar a ser "jaguares". Si existe falta de prolijidad para los grandes proyectos, ¿cómo será para las pequeñas cosas del trabajo rutinario?
No hay que olvidar que todas estas cosas se ven desde afuera. No estamos proyectando una muy buena imagen con este despliegue de desatinos.
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