A propósito del 50° aniversario del terremoto y maremoto de Valdivia, Chile, el diario Austral de esta ciudad recuerda que en 1960 una comunidad de mapuches sacrificó un niño mapuche, lanzándolo al mar, para aplacar la furia divina expresada en el terremoto. El niño sacrificado tenía 5 años y se llamaba José Luis Painecur. Su muerte fue ordenada por la machi Juana Namuncura. El hecho tuvo lugar en una localidad lafkenche denominada Collileufu, cercana a Puerto Saavedra, Novena Región. En la foto aparece la madre del niño, Rosa painecur.
Aunque algunos cuantos antropólogos y sociólogos califiquen a este hecho como propio de la cultura mapuche y de su particular cosmovisión, lo cierto es que se trata de un alevoso crimen que no tuvo ni tendrá jamás ninguna justificación. Es como tratar de justificar la mutilación sexual practicada a las jóvenes en algunas tribus africanas, o tratar de justificar la lapidación de las mujeres por no usar la burka en algunas comunidades musulmanas.
La barbarie no tendrá nunca justificación. No es posible que ocurran estos hechos ante el silencio cómplice del resto de los habitantes del planeta.
Es bueno recordar este tipo de hechos ahora, en un contexto en donde se ha sobrevalorado e idealizado en exceso las culturas de los pueblos originarios, avalando sin reflexión el conocimiento ancestral de dichos pueblos.
En general, la sociedad occidental tiene mucho que aprender de los distintos pueblos originarios, menos de la barbarie, que en eso, muchos países desarrollados están al debe. La riqueza cultural de los pueblos originarios siempre será muy valiosa en tanto no sea excluyente y respete los derechos humanos.